lunes, 31 de enero de 2011

La utopía cultural



Imaginen una gigantesca biblioteca que aglutinara todo el saber y la cultura de una sociedad a lo largo de la historia. Un museo que ofreciera de forma gratuita todas las obras de todos los artistas. Una filmoteca con todas las películas. Todas las canciones disponibles para ser disfrutadas en cualquier momento. Una inagotable fuente de saber de acceso libre que inspirara la creación de nuevas obras.

Como se puede ver en la película Agora, la biblioteca de Alejandría fue destruida. Algunos parecen querer destruir en 2011 la nueva biblioteca en que se ha convertido internet.
Piensen cómo sería si pudieran acceder a esa biblioteca, a ese museo, desde cualquier parte. No solo desde un edificio del Estado. Acceso libre desde su casa, desde el trabajo o, por qué no, desde cualquier lugar, a través de su móvil, portátil o tableta.

Qué pasaría si en lugar de dos ministerios de Industria, uno para la industria en general y otro para industria cultural, existiera un verdadero Ministerio de Cultura, preocupado en ofrecer a todos sus ciudadanos un acceso libre a la cultura.

Los encargados de repartir equitativamente los beneficios entre los artistas podrían dejar de ser unas sociedades medio públicas, medio privadas, que adquieren palacios y cuyos responsables tienen sueldos y jubilaciones millonarias.

En ese contexto, y como bien dice Juan Gómez-Jurado, los autores no tendrían derecho a ganarse la vida con sus obras, sino que tendrían derecho a intentarlo. Imaginen que pudieran obtener beneficio, tanto de su distribución pública como privada, en función del éxito y calidad de sus creaciones. Que cobraran con cada copia física que se vende en una tienda, con cada espectador de sus conciertos, con cada persona que llena la butaca de un cine o con cada lector que atesora una copia de su libro en una estantería o libro electrónico; pero también de cada descarga, de cada reproducción ‘on-line’, de cada uso y disfrute de su obra.

Quizás entonces los artistas le perdieran el miedo a internet y a su público. Tal vez comprendieran que una herramienta que les permite llegar instantáneamente a todos los rincones del mundo y sin intermediarios es una bendición. Y quizás, la industria de las copias físicas dejaría de ser un poderoso grupo de presión capaz de promover leyes y se vería, de una vez por todas, obligada a reinventarse.

Y puestos a imaginar, que pasaría si el acceso a esa gran biblioteca cultural no tuviera precios abusivos y velocidades ridículas. Y si internet fuera un derecho, una herramienta para una sociedad conectada al conocimiento. Qué pasaría si el Gobierno no hiciera leyes para proteger un modelo industrial en decadencia, sino para evitar los abusos de las grandes empresas que convierten el acceso a la red en un privilegio.

El modelo de distribución de la cultura que actualmente tenemos – con sus cines, sus conciertos, sus tiendas de discos, libros y deuvedés, con sus bibliotecas, sus programas para compartir archivos y sus páginas de enlaces – no es perfecto.

Pero las leyes promovidas por aquellos que ven como la iniciativa de un simple internauta es capaz de resquebrajar los cimientos de una industria que teme al progreso, leyes que permiten dictar sentencia a aquellos que realizan la denuncia y que tratan de frenar lo imparable, esas leyes nos alejan cada día más de esta utopía cultural.

La utopía cultural
Publicado el 30/01/2011 por Jorge Mora
http://blogs.heraldo.es/tecnologias/