viernes, 18 de junio de 2010

El consuelo de la belleza revelada.

Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y la tensión de los hilos con que los movía. De esos maestros el primero fue, sin duda, un mediocre pintor de retratos que designé simplemente por la letra H., protagonista de una historia a la que creo razonable llamar de doble iniciación (la de él, pero también, de algún modo, la del autor del libro, protagonista de una historia titulada “Manual de pintura y caligrafía”, que me enseñó la honradez elemental de reconocer y acatar, sin resentimientos ni frustraciones, sus propios límites: sin poder ni ambicionar aventurarme más allá de mi pequeño terreno de cultivo, me quedaba la posibilidad de cavar hacia el fondo, hacia abajo, hacia las raíces. Las mías, pero también las del mundo, si podía permitirme una ambición tan desmedida. No me compete a mí, claro está, evaluar el mérito del resultado de los esfuerzos realizados, pero creo que es hoy patente que todo mi trabajo, de ahí para adelante, obedeció a ese propósito y a ese principio.

De cómo los personajes se convirtieron en maestros y el autor en su aprendiz
[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1998 ]


José de Sousa Saramago, 1922 - 2010

jueves, 17 de junio de 2010

Susto o muerte.

A mia recomendazión de iste... ejem, trimestre: kuentoschinos.
Lean y crean.

Todo está mal. Como patas arriba. Parece que el mundo en general, y nuestro país en particular, han decidido definitivamente rendirse al servicio del lado oscuro.

Nosferatu, o como se le conoce en otros foros "el neoliberalismo", ha comprado tantas almas que ha conseguido desterrar la razón, la justicia y la vergüenza del rumbo de nuestra historia colectiva. Las ideologías, la vocación de servicio y la coherencia están excluidas de la filosofía política. El bipartidismo al que estamos condenados por una ley electoral antidemocrática solo te deja escoger entre dos opciones: susto o muerte. Entre el susto, tristemente previsible, de ver como el partido socialistas se rinde a los amos del capital entregando en bandeja a las víctimas de la crisis y dejando escapar con el botín a los verdugos. O la muerte, más o menos lenta pero segura, de que nuestro próximo gobierno esté presidido por el PP que, como leales cachorros de la bestia capitalista, no pararán hasta devolver a la clase trabajadora al paupérrimo nicho del que nunca debieron osar haber salido. Del mismo nicho tenebroso del que tampoco deben salir los cadáveres arrojados por falangistas y franquistas. Esos que ahora, rematando la matanza, han conseguido acabar con Garzón por atreverse a intentar escarbar ligeramente, apenas con las uñas, en los crímenes contra el pueblo y la República española. En esta España, que a menudo como hoy me consume la reserva de esperanza, los desalmados ganan por goleada. Los señores del dinero y sus perros de presa, los fascistas, se han hecho con el dominio del cortijo. ¿Pues qué nos creíamos? Y olvidémonos de los sindicatos. La ubre de las subvenciones se abrió tan generosamente en los últimos cinco años, a pesar de la crisis, que las criaturas no se sienten con fuerza moral para montarles, algo más que una pataleta de pseudos-indignación, a tan generosas tetas. Y la Iglesia Católica, lejos de renunciar a todas las aportaciones, directas o indirectas, que recibe reclama que, su patrimonio que le sale de gratis, lo mantengamos entre todos.

¡Por los clavos de Cristo! ¿Donde quedó eso de reparte todos tus bienes etc...? Nadie va a salvarnos del poderoso reino del Gran Vampiro. Nuestras yugulares son el alimento que necesita para poder seguir engordando su codicia. Pero, por si acaso, hagan como yo... y vayan afilando las estacas.

Publicado en el Periódico de Aragón el 26 de mayo del 2010

Autor: ana cuevas pascual